Intervención de Ernesto Pedrosa en el acto de apertura del Programa Universitario de Mayores de la Universidad
Un año más tengo el placer de compartir con ustedes este acto, aunque solo fuera para revelarles que a veces pienso que son ustedes mismos –más allá de las frases animosas y los halagos con los que se les recibe- los que alumbran y anticipan lo que queremos y buscamos todos los demás en las universidades y en las nuevas prestaciones y el cambio de modelo que le pedimos. Y lo dicen los datos.
El porcentaje de personas de entre 25 y 64 años que participa en alguna actividad formativa o educativa en España es cada año menor, y en 2016 llegó a su nivel más bajo: el 9,4%. Y siempre con más mujeres que hombres. En la UE el dato era de 10,8%; en Suecia el 29,6%, y en Bulgaria el 2,2%, para que tengan ustedes una idea. A pesar de las recomendaciones europeas para fomentar el aprendizaje permanente a lo largo de la vida, y de haberse propuesto la UE como objetivo alcanzar el 15% en 2020, la participación de la población adulta en procesos de mejora de formación, cualificación y actualización no mejora.
Por otro lado, también se registra un importante descenso entre quienes se matriculan con más de 26 años en la universidad. Los datos de los últimos cuatro cursos arrojan una primera conclusión: cada vez menos personas mayores de 26 años, es decir que quieren seguir estudiando pasado ya su período natural de formación, elige una carrera para hacerlo. También porque ya casi nadie opta por hacer una segunda carrera. A cambio cobra fuerza el Máster, un título que ha ganado mucho peso entre los estudiantes mayores de 26 años, porque se percibe como llave para acceder al mundo laboral, después de comprobar la ineficacia del Grado del Plan Bolonia para ese fin.
Y por otra parte, también aumenta la formación a la carta y la oferta de estudios adaptados a un mercado en el que la mitad de los graduados ejercen profesiones que no existían hace diez años, en un escenario en el que no hay que educar para la sociedad o la industria que tenemos, sino para la que queremos tener. La universidad Pompeu Fabra, por ejemplo, ha creado un Grado Abierto, que así se llama, dirigido a estudiantes que quieren aprender múltiples disciplinas durante un año, antes de elegir el estudio para graduarse. O el grado en Global Studies, para comprender el mundo y formar líderes internacionales.
Bueno, pues esos horizontes ya los habían avistado ustedes antes.
El acercamiento que ustedes hacen a la educación superior transforma la existencia misma de las universidades, ensancha su legitimidad social y determina en buena medida su rentabilidad pública. A través de ustedes, en esta época de planicies vitales, la universidad se convierte en un sentimiento vertical dentro de la sociedad y en una forja de valores especialmente saludables para la convivencia y la calidad de vida de todos nosotros. Porque propician una universidad enriquecida que conecta con el sistema productivo, con la vida empresarial, con el mercado de trabajo, pero sobre todo con el renovado y cambiante pulso de la sociedad. Que cohesiona, innova, suma y acompaña los cambios sociales.
Es por eso que con ustedes la Universidad contribuirá a fortalecer la base cívica de nuestra sociedad y abrirá caminos para evitar desigualdades en la vertiginosa sociedad del conocimiento, para resolver problemas reales, para acercarnos a los objetivos, para crear espacios para la reflexión y la creatividad en una sociedad justa y de progreso, para ayudarnos a proporcionar la formación que requieren los tiempos, y para la mejor comprensión del complejo mundo que habitamos. Ustedes nos enriquecen estando aquí. Son en sí mismos un centro de conocimiento y de testimonio de extraordinario valor, son una fuerza docente ilustrada por fructíferas trayectorias y responsabilidades, por brillantes currículums profesionales o por acreditadas y excelentes experiencias.
Así que, de ustedes, que vienen a la universidad a aprender, tendremos que aprovechar y pedirles que también vengan a enseñar.
En ese mismo empeño quiero comunicarles que el Consello Social está promoviendo el primer estudio sobre la situación laboral, profesional y lugar de residencia de todos los titulados de la Universidade de Vigo durante toda su historia, que ha dado pie a crear una completa base de datos para poner en marcha una Oficina de egresados. Un equipo dirigido por el profesor Luis Espada ha dedicado cantidades inimaginables de horas y esfuerzos para acceder a miles de datos, extraídos en gran parte de la más absoluta oscuridad. Lo que inicialmente fueron miles de cartas y miles de e-mails, miles de devoluciones y miles de no respuestas, han sido convertidos en la más precisa foto de la historia de la UVigo, construida con las vidas de sus egresados. Un hito en el mundo universitario del entorno, y que alumbra la cara hasta ahora desconocida de una universidad que se somete al examen de su pasado. Que estaba por contar.
Los datos merecen un seguimiento atento y posibilitan muchas reflexiones, pero quiero anticipar algunas alertas que me parecen relevantes sobre una universidad que empezó con nueve titulaciones y ofrece ya 112. Que en 25 años ha entregado 82.330 títulos a 71.487 personas de 50 países, una gran mayoría mujeres y más de la mitad correspondientes a la rama Jurídico-Social.
En sus laboriosas pesquisas, el equipo de Luis Espada ha descubierto que en 68 países del mundo hay egresados de la Uvigo trabajando, y muy importante: la mayoría en la especialidad para la que se formaron. Y lo hacen con los conocimientos adquiridos en la UVigo. Tenemos entonces un indicador de calidad de la enseñanza que imparte y de su aplicación. Pero también conoceremos cómo ha sido su trayectoria vital y profesional, dónde trabajan, tamaño de la organización, en qué lugar del mundo están, con qué movilidad laboral, cuál es su estatus, en qué medida les fue útil lo que estudiaron o qué asignaturas quitarían o potenciarían ahora que han conocido el exigente mercado laboral; y qué le falta o le sobra a la carrera. Estas son sólo algunas de las exhaustivas, profundas y abundantes informaciones que extraeremos de este trabajo, que nos permitirán descubrir y aflorar una universidad casi desconocida.
Más allá de aprovechar sus posibles clases magistrales, de convertirles en impagables aceleradores de empleo, o de proclamarles potenciales financiadores, los egresados –al igual que ustedes- acumulan un inmenso poder para difundir y fortalecer el conocimiento masivo de la universidad junto a la reputación de la propia marca universitaria. Son en sí mismos agentes mediáticos y fuentes de gran interés para los medios. Por ahí ayudarán a que se vea a la universidad.
Y si pensamos que las exigencias laborales de determinados perfiles profesionales avanzan más rápido que el ámbito académico, que hay un desequilibrio entre las titulaciones más demandadas y las que tienen mejor inserción laboral, y que la educación tiene que aspirar a conectar lo que se sabe o se puede llegar a saber, con lo que se hace, o se va a poder hacer, la experiencia de los egresados –también al igual que la de ustedes- vuelve a ser tan valiosa como imprescindible.
Y en esa línea vamos consiguiendo que el camino que compartimos universidad y sociedad sea cada vez más útil, la relación más fecunda y la sospecha más corta. En 2020 se calcula que sólo un 15% de los puestos de trabajo en Europa serán de baja cualificación, y hoy en España el porcentaje de adultos con solo estudios obligatorios triplica esa cifra. Ahí hay mucho por hacer. A ese reto también estamos llamados todos.
Les agradezco sinceramente su trabajo, su esfuerzo, sus sensibilidades y sus aportaciones, y –al igual que a los egresados- a ustedes les pido que transmitan, difundan y proclamen su confianza en nuestra Universidad, porque con esa actitud estarán forjando los pilares de nuestro futuro con el material de más alta resistencia: el afecto. Quizá lo que más necesitan hoy las universidades: afecto y reconocimiento.
Vigo, 19 de octubre del 2017