Compostela, 12 de enero de 2020
Fue el año 2020 un devenir constante de sucesos extraños, inciertos y adversos. Quedará para la historia que nos tocó y aun nos toca vivir un difícil y desconocido escenario existencial que alteró y amenazó nuestras convicciones e hizo viejos de repente los modelos de convivencia que nos habían servido hasta entonces. Y justamente fue ahí cuando, como sociedad desconcertada, convocamos e invocamos más que nunca a las universidades, para aprovechar su autoridad moral, acreditarnos con sus referencias y poner sus conocimientos en el centro de operaciones de nuestras inquietudes, nuestras necesidades y nuestras dudas.
De pronto se hizo tarea urgente la universidad humanista, audaz, abierta, que fuese capaz de rescatarnos, que se esforzase por ser accesible, comprometida socialmente y con los reflejos intactos para alimentar a la comunidad de certezas nuevas, capaz de salirnos al camino y de abrirse a itinerarios inexplorados para garantizar la igualdad de oportunidades para todos, y que mirase de frente y en primera línea a las necesidades, las exigencias y las carencias que no esperábamos encontrarnos pero se nos estaban presentando a tal velocidad que apenas nos dejaba tiempo para asimilarlas. Aunque solo fuera porque, como dejó dicho Vargas Llosa en “La llamada de la tribu”: en el mundo de la educación es donde más injusto es el privilegio
Y así, probablemente la universidad esté protagonizando una de las mayores transformaciones de su larga historia. Todas las reflexiones, los análisis, los consejos, las recomendaciones, las críticas, las exigencias y las múltiples teorías que empezaban a saturar la resistencia de la estructura universitaria durante la normalidad, han mudado de repente, y tanto el proceso al que está siendo sometida como sus consecuencias son imprevisibles. Esa perspectiva alimenta tanto el optimismo como las sombras sobre el futuro de la universidad y su modelo. Y lo que resulte, dependerá en buena parte del acierto de las decisiones que se tomen ahora. Como la que nos convoca hoy aquí.
Dicen los expertos, como Rafael Puyol, que cuando nos despertamos con la pandemia, las necesidades de las universidades ya estaban ahí, y que, superado el desconcierto ocasionado por el virus, conviene darles respuesta. ¿Y cómo debería ser la universidad ideal?:
- Que ponga en el centro a los alumnos y les enseñe de modo activo
- Que sea profundamente digitalizada
- Que investigue y difunda el conocimiento útil y aprovechable
- Que responda a las necesidades formativas del entorno
- Que tenga alumnos y profesores extranjeros, lo que se dice glocales
- Que tenga autonomía y una administración ágil
- Que sea todo lo especializada que pueda
- Que disponga de suficientes recursos
- Que esté bien conectada con el tejido empresarial
- Que intensifique la formación continua en conocimientos y capacidades
Como se ve, muy similares a las conclusiones del estudio pionero y valiente que se nos presenta hoy. Son reflexiones en ambos casos que se juegan en el campo de acción de los Consejos Sociales. Porque la misión de acercar a empresas y universidades está en la médula de los Consejos Sociales. Y los alumnos en el centro de todas las operaciones.
Más que nunca, desde los consejos sociales somos conscientes de que es el momento de la educación, de que el talento formado debe ser el verdadero motor del desarrollo y del bienestar económico y social, y de que en la formación de ese talento las universidades serán protagonistas necesarias e insustituibles. La Conferencia de Consejos Sociales se dejó oír recientemente en la cumbre empresarial que organizó la CEOE. Allí dijimos, a través del presidente de la Conferencia, que la asignatura pendiente de España es formación y educación, y la sociedad debe asumirlo.
Por todo lo dicho, creo que el estudio que hoy se nos presenta tiene algo de heroico, porque nos señala el camino y nos lleva a donde durante mucho tiempo hemos estado queriendo ir. En estos tiempos de constante evolución social y de aparición de empleos hasta ahora desconocidos y de nuevos perfiles profesionales, este trabajo enorme es una necesidad y también una garantía de que la universidad es una valiosa y flexible aliada territorial, condición que conviene no perder de vista. Y traigo aquí la reflexión de que es exigible mantener una oferta adaptada a una sociedad dinámica, a las necesidades del alumnado y a las demandas de los empleadores, pero sin olvidar que las universidades también deben formar en valores además de mantener e incrementar el conocimiento de vanguardia de las artes, de las humanidades, las ciencias y la tecnología, y, añadiría yo, formar ciudadanos éticos, con espíritu crítico y educados en el más amplio sentido de la palabra.
Las universidades han cambiado mucho, y a la vista está seguirán haciéndolo. Y los Consejos Sociales han tenido y tienen su parte de obligado protagonismo; ya desde su propio nacimiento y su constante presencia, contribuyeron a abrir, dinamizar y aproximar las universidades. Y desde su actividad, su compromiso y competencias extendieron en mayor o menor medida la influencia, el reconocimiento y el valor de la institución y sus prestaciones entre la sociedad. Es lo exigible.
Enhorabuena por el trabajo. Y que nos ayude a que la universidad se ponga al frente de nuestras incertidumbres y de nuestras esperanzas.